HAMBRIENTA UNA VEZ MÁS

Estoy hambrienta, pero no de comida, sino de algo que no puedo nombrar. Mis labios ansían el roce de otro cuerpo, pero no es suficiente. Cada beso, cada caricia, es solo un instante efímero de alivio en una marea constante de necesidad y al mismo tiempo me alegra que no sea todo los días cuando me entrego porque no soporto la idea de pertenencia. Cuando despierto, antes de que mis ojos se acostumbren a la luz, ya estoy buscando algo, una presencia, un sabor, una textura que calme este fuego interno. Tengo sed de vida, pero el agua no apaga esta sed; tengo hambre de amor, pero los cuerpos no llenan este vacío. Quiero morder, arrancar pedazos de lo que me rodea, de lo que me toca, lo que me penetra, de lo que me marca y de lo que me cubre, quiero sentir el sabor crudo de la piel, de la carne, de gritar los sentimientos no expuestos, digo cosas pero no lo suficiente, cuento algo y omito detalles, clamo al amor y miento sobre secretos porque estoy molesta y decepcionada y quiero no ser tonta y ser solo un pedacito de un patrón del hombre que amo, quiero que el hombre al que quiero no me use y solo me sienta en paz en su presencia como, segura estoy de que la mía le hace sentir, me pregunto en silencio si justamente mi omisión es lo que es cómodo porque si fuera abierta y sincera, sería molesta y demasiado, como siempre lo he sido sin poder controlar, no quiero ser molesta, quiero ser amada, debo mentirles y guardarles recelo y esperar a que no se viertan en mi contra, porque podrían hacerlo, ya lo han dicho y decidido en el pasado. Te quiero pero me das miedo, te quiero pero no te respeto, te quiero pero me caes mal y en ti y tus palabras no confío, ¿qué te has hecho? te rompiste y no te quieres pegar, eres una verguenza y me haces enojar, ojala te pudiera golpear y sacar de un puñetazo esa espantosa forma tuya de dar lastima.


No me basta nada, porque mi hambre no es solo física; es una grieta que corre por mi interior, profunda, insaciable. Es una lucha constante contra la idea de que nunca tendré lo suficiente, de que siempre quedará un rincón en mí que estará vacío, esperando ser llenado. Busco llenarlo con tus palabras, con tus besos, con tu cuerpo, pero cuanto más intento saciarme, más crece el hueco dentro de mí. Cada mentira que digo, cada sonrisa que finjo, es como echar más leña al fuego. Siento el cansancio de este deseo que nunca duerme, que nunca se apaga. Es un fuego que consume, una llama que no tiene fin. Y en medio de este incendio, me pregunto si alguna vez podré encontrar algo que me sacie o si estoy condenada a esta hambre eterna.

Tengo hambre todo el tiempo. No es un hambre normal, no es la necesidad básica de un estómago vacío que pide ser llenado con comida, o no lo es del todo, la comida si entra pero no llena, es un hambre que va más allá de mi, que empieza en la boca del estómago y se extiende por todo mi cuerpo, hasta mis pensamientos. Es un vacío que no quiero que sea profundo, pero es un hueco que parece no tener fondo. Me encuentro abriendo el refri sin razón, ordenando comida que no termino, viendo recetas de comida, buscando algo que no sé nombrar aunque se parece al hambre. A veces es el sabor dulce del chocolate derritiéndose en mi boca, otras veces es el crujido salado. Me atraco, meto comida en mi boca de forma compulsiva, buscando esa sensación efímera de plenitud, de calma. Pero siempre, siempre quiero más. Mientras como, siento un alivio momentáneo porque si lleno no hay hueco. Es como si, por un instante, el mundo dejara de quejarse. Todo mi cuerpo se relaja, mis pensamientos se omiten, pero la calma nunca dura., es que llega la culpa, una ola que me envuelve. Me miro al espejo, veo mis mejillas hinchadas, siento el peso extra en mi cuerpo. Me pregunto si estoy perdiendo mi belleza, si esta constante necesidad de comer me está volviendo fea. La idea me aterra. Porque sé que si dejo de ser bonita, dejarán de desearme, de respetarme, si me hago por fuera como estoy por dentro seré un ente monstruoso y nadie me querrá nunca más. Quiero que me miren, quiero sentirme deseada, porque en esos momentos siento que existo, siento que valgo algo. Si me desean, entonces soy digna de amor. Pero al mismo tiempo, me odio por esto, por depender tanto de la mirada de los otros, por sentirme vacía si no recibo esa validación. Como repudio este vacío que no puedo llenar con halagos ni con afecto.

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